Hoy no revoloteas alocadamente cortejando a tu compañero o alimentado a tus polluelos.
Hoy el viento que todavía sopla furioso en la ciudad te ha sorprendido de forma traicionera y yo he encontrado tu pequeño cuerpo inerte, sin vida, descansando en el suelo de nuestro balcón.
Mientras te he recogido, con el corazón en un puño, he reflexionado sobre la crueldad con la que, a veces, nuestra Madre Tierra, la Pachamama, se venga de todos nosotros para demostrar que sigue siendo la más fuerte, que tiene la última palabra..
Me pregunto qué habrá sido de aquellos humildes artesanos peruanos de los pueblos y barrios que conocimos durante nuestro viaje, qué habrá sido de los que luchaban día a día para tener un futuro mejor. Ahora, la tierra ha engullido sus casas, sus talleres, sus ciudades.
Pienso también en aquel conductor del rickshaw que, en un bonito y soleado día de Noviembre, nos llevó hasta una playa de Kerala, en India. Nos explicó que la furia del Tsunami de 2003 también dejó huella en estas playas, dónde murieron cien personas.
De pronto, el hombre detuvo el vehículo, extrajo su móvil del bolsillo y nos mostró la foto de un precioso niño en la pantalla. Era su hijo, de tan sólo tres años. La ola gigante se lo llevó y apagó la alegría de su padre para siempre. Grandes lagrimones empezaron a correr por sus mejillas, mientras, en un silencio sepulcral encendía de nuevo el motor.

La playa nos pareció entonces tan gris, tan vacía....

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