Decidirnos por Sudáfrica fue bastante fácil: la África sudsahariana, sí Sud y no Sub, aún estaba entre nuestros destinos por visitar. La figura de Mandela y los libros que leímos sobre la historia de la nación arco iris han sido los culpables.
Comenzamos la prospección a principios de Mayo, Juan le comenta a Sonia que el mundial se inicia el 11 de Junio, así que decidimos irnos hacia el Sur a finales de Mayo. Dicho y hecho, Juan rastrea las compañías que vuelan a Johanesburgo y encuentra un vuelo por 630Euros vía Londres con British Airways, ya tenemos los billetes, ¡vámonos!
Después de una noche de vuelo, unas diez horas, el 22 de Mayo de 2010 aterrizamos en Johanesburgo. Entre inquietud y una ligera sensación de miedo por enfrentarnos a lo desconocido. La gente nos decía: Sudáfrica es muy peligrosa, No os metáis en sitios de negros; en definitiva, pocas cosas buenas.
Aterrizamos, recogemos nuestras mochilas y ya empezamos a sentir la sensación de que algo grande se va a producir en el país, el Mundial de fútbol. Salimos de la terminal y lo primero que nos encontramos es una gran pelota mundialista, y mucha gente vistiendo la camiseta de los Bafana, Bafana, nos gusta.
Buscamos un ATM, cajero automático, para sacar algunos Rands. Los cajeros se encuentran en la primera planta no los busquéis en la zona de llegadas sólo encontraréis oficinas de cambio. A continuación nos dirigimos a la oficina de Budget a recoger nuestro coche de alquiler. La reserva la realizamos a través de Auto Europe. Inicialmente, habíamos escogido un Golf antiguo pero al final nos dieron un Toyota Yaris, muy cuco él.
Gracias a la experiencia australiana de Juan, la conducción por la izquierda no tuvo mayores problemas. Bueno sí, después de unos doscientos kilómetros de carretera sudafricana nos encontramos con una zona de obras. Hasta aquí todo normal, sino fuera porque Juan se tragó un cono de señalización. Todo quedó en un susto y en un cabreo monumental del operario que tuvo que volver a colocar el cono de marras en su sitio ¡ Ole esa toma de distancias por la izquierda !
Las carreteras en esta zona de Sudáfrica son fantásticas. Tramos de autopista de dos carriles y de peajes baratos, no como los de Cataluña, y carreteras con buen firme y tráfico tranquilo, podríamos compararlas con cualquiera de nuestras carreteras comarcales.
De Johburg salimos dirección a Hoedspruit, unos cuatrocientos kilómetros, que debido a las obras hicimos en unas seis horas. Llegamos a eso de las cuatro de la tarde a la recepción de la reserva Tshukudu. Íbamos a tener una gran entrada al país, el primer día una reserva privada al borde del Kruger. Nos estaban esperando, la noche estaba a punto de caer y sólo recibirnos ya nos metieron en el jeep descapotabe para realizar el Sunset drive, excursión del atardecer.
La verdad es que estábamos un poco petados, llevábamos más de treinta horas de viaje desde que salimos de Tarragona, pero la emoción de encontrarnos por fin en África rellenó nuestro depósito de combustible.
Era hora de ver animalitos. Juan, desastre donde los haya para ver algo a no ser que se encuentre ante sus morros, le dice al conductor, "Se me hizo ver un lindo gatito". Marcha atrás y ahí estaba tumbado plácidamente, sí, sí, un león y uno de sus cachorros, a eso le llamo yo llegar y besar el santo.
Después de perseguir al león y a su manada durante un buen rato, impresiona tenerlo a escasos metros, nuestro guía se dirigió hacia la parte civilizada de la reserva. Teníamos hambre, llevábamos en el cuerpo la "maravillosa" comida de British Airways y una hamburguesa que nos comimos en un bar de carretera. Nos pegamos una ducha reparadora y a cenar. La cena en Tshukudu destila mucho encanto, todos alrededor de la lumbre, y un buffet de comida africana como acompañamiento, repetimos, muy encantador. Además, tuvimos un invitado inesperado, un jabalí gigante, parece ser uno más de la familia, se tumba en el suelo y los más atrevidos le acarician la tripita, pura África.
Buenos días sudáfrica. Son las cinco de la mañana, y antes de que el sol ilumine la sabana, nos vamos a hacer una caminata hasta una charca próxima. Los guías dan un par de silbidos, nos giramos y cuál fue nuestra sorpresa al ver llegar a cuatro guepardos ¡qué pasada!
Pasamos de la sorpresa inicial a las carantoñas felinas. Sonia no cabe en si, no para de decir, "si hace ron ron como un gatito". A pesar de su cara de bonachones los guías nos recuerdan que son felinos y no han perdido su instinto; lo notamos al final de la caminata después de no haber visto ni a un triste impala.
Las actividades en la reserva están muy bien organizadas. Justo al acabar la caminata nos dirigimos desayunar, típico desayuno inglés de "scrambled eggs & bacon". Entre tostada, café con leche y huevos revueltos nos pusimos a hablar con una pareja inglesa, él era bombero y lo hacía saber a través de todos su tatuajes alegóricos al 9/11. Juan, que no se calla ni debajo del agua cuando encuentra a alguien de habla inglesa, les preguntó por su viaje y por las cosas que se podían hacer por la zona. Nos recomendaron la ruta Panorama de Blyde River Canyon. Como no teníamos alojamiento para la segunda noche, y para no perder la tarde, decidimos dormir en Graskop y así poder disfrutar de las vistas de la ruta Panorama.
Últimos sorbos al café y otra vez en ruta. Esta vez nuestro guía nos lleva hacia el interior de la reserva en nuestro jeep descapotable. Girafas, cebras, búfalos, impalas, jabalíes y rinocerontes. Los documentales de la 2 en vivo y en directo.
Tres horas de animales y naturaleza bajo el sol africano. Un sol de invierno, menos abrasivo pero no por ello menos luminoso, la luz de África. Con la mirada aún estupefacta ante tanta vida salvaje regresamos al restaurante de la reserva. Juan pagó la factura (150 Euros por persona, las reservas privadas no son económicas, aunque nada comparado con los precios de Botswana o Namibia).
A repetir el ritual de cada día, guardar todo en la mochila, una ducha rápida y a cargar todo en el coche. Esa tarde habíamos decidido irnos a Blyde River Canyon.

Deshicimos el camino del día anterior y otra vez en la carretera camino de la ruta Panorama y de Graskop. El paisaje es verde, de grandes llanuras con pequeñas casas repartidas de manera aleatoria y con gente caminando por el filo de la carretera, una imagen muy sudafricana. Hacemos un par de paradas para disfrutar de las vistas y del frío de la noche que está por llegar. Hacemos un giro en el camino y nos vamos al mirador de "God's Window" (la ventana de de Dios). Vaya panorámica sobre el valle, silencio, desfiladeros imposibles y verde intenso.
La noche cae y nos apresuramos en llegar a Graskop. El pueblo es muy pequeño, Juan le ha echado un vistazo a la lonely. Paramos en el primer B&B que aparece en la guía, Autumn Breath. Aparcamos el coche y rápidamente un señor viene a recibirnos con un "Hi, how are you doing?" marcadamente africaner. Se llama Johann y junto a Ina, su esposa, regentan este pequeño y cuco Bed & Breakfast. Nos enseñan las habitaciones que tenían disponibles y nos quedamos con la sweet nupcial, nos han dejado la habitación por 500ZAR. Son una pareja hiper amable, cuando decimos hiper no es una exageración. Vaya desayuno nos prepararon, como en casa o incluso mejor, qué atentos. Cualquier duda que teníamos siempre desembocaba en una o varias respuestas. Qué decir de la despedida, emotiva a más no poder. Gran familia.
Nos llevamos un muy buen recuerdo de Johann e Inna. Ahora de nuevo a la carretera, nos han advertido que vayamos con cuidado con la policía. Parece ser que de vez en cuando ponen multas injustificadas, otra forma de sacarse un sobresueldo.
Embrague, primera giro a la izquierda y ponemos dirección Kruger. Entraremos al parque por la puerta de Orpen . Después de una hora de conducción decidimos dar de comer a nuestro Toyota. Vemos una gasolinera y ahí que nos vamos, somos los únicos blancos del lugar, no pasa nada, ni tiene porque pasar. Una chica, muy risueña élla, nos indica el boquerel en el que tenemos que parar. Juan para el coche e intenta volver a arrancarlo, algo raro pasa, el coche no da señal al intentar arrancarlo ¡mierda!, intento tras intento y finalmente arranca. Qué alivio. Ponemos gasolina y otra vez a la carretera, en una hora nos ponemos frente a la puerta del Kruger. Paramos en el punto de información, reservamos una cabaña en Satara y compramos el tique de entrada al parque. Volvemos al coche y otra vez que no quiere arrancar, qué raro. Ante nuestra cara de cague y de cabreo un encargado del parque no pregunta por nuestra situación. Le ponemos en antecedentes y se ofrece a ayudarnos, Sonia y yo le miramos con expectación. Coge las llaves, se sienta, y … el coche arranca sin ningún problema. Juan no sale de su asombro. El señor nos explica que estos coches necesitan del embrague para arrancar, vaya, vaya. Desde el primer día Juan lo había apretado de manera instintiva, pero vaya por donde, hoy se ha olvidado reiteradamente. Si es que “semos burros”.
Después del susto vehicular, nos adentramos a no más de 50 por hora por las carreteras del Kruger. Primeros impalas a la vista, no se asustan ante el rugir cansino de nuestro motor, están habituados al ser humano. Son las doce del mediodía y el sol quema nuestras pieles blanqueadas por el invierno. Vaya contraste, esta mañana estábamos a no más de diez grados y ahora rozamos la treintena. Llegamos al campamento de Satara sin haber visto muchos animales, estamos un poco decepcionados. Es normal tal desolación animalaria, la mejor hora para ver animales es con la salida y la puesta del sol.
En el campamento pagamos la habitación, 350 ZAR, y los permisos de entrada al parque 160 ZAR por persona. También, cogemos una Game Drive para el atardecer, 160 ZAR por persona.
Con el calor que pega nos pegamos una buena ducha, sin gastar mucha agua, y una buena siesta. Hace sólo tres días que hemos llegado y parece que llevemos aquí toda una vida.
A las cinco y media de la tarde sale nuestro vehículo descapotable en busca de animales salvajes. Con el movimiento del camión, un viento helado empieza a apoderarse de nuestro cuerpo, por suerte, los camiones van provistos de mantas. Estamos más pendientes del frío que del paisaje, de repente, el conductor aminora la marcha, señala con su mano, y ante nosotros se presentan un par de leones, sí, sí, leones con toda su pelambrera y sus dos buenas razones colgando libremente, como si no.
Están dando un paseo, o eso creemos nosotros. No se amedrentan ante los coches, ellos siguen su camino, ya se apartarán, y vaya que sí se apartan. Vaya imagen.
Contemplamos esta escena por más de treinta minutos, pero como buenos humanos pedimos ver más cosas. La impaciencia está reñida con la observación de la naturaleza, un león puede pasarse horas esperando el momento adecuado para cazar a su presa.
Seguimos adelante y ahora son un grupo de hienas las que nos honoran con su presencia. La naturaleza es impresionante, nos impresiona una y otra vez.
Volvemos al campamento después de tres horas de savanah yéndose a dormir. Nos vamos al buffet a cenar, por 100 ZAR cada uno nos damos un breve festín. Buenas noches.
Aparece otro día en el Kruger, por la mañana la sensación de frescor nos despierta rápidamente, cualquiera diría que en breve estaremos achicharrados. Hoy nos vamos a Skukuza, tres horas de caminos por delante, empezamos a ver los primeros impalas. Este animal es el más abundante, sirve de presa para los mamíferos carnívoros que habitan este territorio. Tomamos algunos “loops”, caminos circulares de arena, para adentrarnos a zonas más tranquilas, menos transitadas por las máquinas motorizadas. En uno de éllos nos topamos con una jirafa inmensa, unos siete metros de animal ante nuestros ojos.
Camina con elegancia, se mueve con soltura entre arbustos y estira grácilmente su cuello para alcanzar las ramas más altas de los árboles ¿cómo puede ser que exista un animal tan grande sobre la faz de la tierra? Atónitos seguimos adelante, otra belleza en el horizonte, un baobab gigante de cientos de años, África nos enamora.
Ya estamos a punto de llegar al campamento de Skukuza, qué lástima no hemos visto elefantes. Eso cambiará pronto. Los coches empiezan a pararse al borde de la carretera, entre la maleza se vislumbran una orejas gigantes y unas formas grises, una elefante con su cría. Nos quedamos a escasos metros de ellos, Sonia no para de mimarlos a través del objetivo de la cámara. Arrancamos el coche, esta vez apretando el embrague, y unos cien metros más allá todos los coches han parado de golpe, un señor nos dice “be careful, there is a massive”, avanzamos un poco y ahí está el elefante más grande que jamás hayamos visto. Un paquidermo de unos cuatro metros de altura hace retroceder a todo aquél que se pone por delante. Apaciblemente se adentra de nuevo en la maleza, deja tras de sí algún que otro árbol destrozado, deja huella.
En breve avistamos un río y al otro lado Skukuza, pagamos por la habitación y el derecho de entrada. Esta vez tenemos una cabaña muy acogedora, estamos casi solos, se nota que no es temporada alta, aunque en menos de un par de semanas se espera una invasión de futboleros ávidos de pelotas y de naturaleza sudafricana.
Al campamento no le falta de nada, tiene hasta un ciber café. Nos dejamos caer por allí antes de ir a cenar. Llamamos a la familia con Skype, que maravilloso es este programa cuando estás lejos de los tuyos. Mientras Sonia acaba de mandar algunos mails, Juan se pone a hablar con la encargada del ciber y sus amigas, una de éllas tiene a su hijo al lado, la nueva Sudáfrica. Compartimos algo de vocabulario Shangan – Español. Les hablamos sobre el Nkosi Sikelele, se muestran orgullosas de su himno nacional. Una de ellas se arranca con el canto y las amigas la acompañan. Nos emocionamos, “Knosi Sikelele Africa”, “Dios bendiga Africa”.
La música de Snatam Kaur suena en el móvil, son las cuatro y media de la mañana, a las cinco parte el Game Drive del amanecer. Qué frío, hemos quedado ante las estatuas de los fundadores del parque. El parque tomó el nombre del presidente del Transvaal, el líder que firmó la paz en la guerra anglo-boer de finales del siglo XIX. Dejemos la historia para la Wikipedia y volvamos a la naturaleza. Son mayoría las caras somnolientas y entumecidas por el frío matinal. Poco después de salir y con los primeros rayos de luz solar, un león aparece en la ladera de un camino, poco después dos leonas y seis cachorros le siguen. Otra maravilla para la vista, van camino de una charca próxima, tienen que adecentarse para pasar un nuevo día en su edén terrenal.
El frío no quiere dejarnos, la decena de tripulantes del game drive nos acurrucamos en busca de los pocos haces de luz que calientan el ambiente. Casi agradecemos volver al albergue. Antes de llegar de vuelta, tres rinocerontes, padre, madre e hijo cruzan la carretera con total naturalidad, claro que sí, somos nosotros los intrusos.
Un buen desayuno, la comida que no falte, y ya estamos listos para tomar la ruta que nos alejará del Kruger y que nos llevará hasta nuestro próximo destino, Swazilandia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario